Domingo, 11 de Septiembre de 2016
Miércoles, 30 de Junio de 2010

El libro de buen amor

Por Mónica Berman | Espectáculo Los talentos

"El cuerpo era un sumiso animal doméstico y le bastaba, cada mes, la limosna de unas horas de sueño, de un poco de agua y de una piltrafa de carne. Que nadie quiera rebajarnos a ascetas. No hay placer más complejo que el pensamiento y a él nos entregábamos. A veces, un estímulo extraordinario nos restituía al mundo físico. Por ejemplo, aquella mañana, el viejo goce elemental de la lluvia". El inmortal, Jorge Luis Borges.

¡Vaya si es complejo el placer del pensamiento! Un placer al que sólo algunos pueden entregarse. Pero, ¿qué sucede cuando el mundo físico golpea a la puerta o cuando entra, simplemente, sin golpear?
Algo particular hay en estos chicos. En un principio pareciera que no son de esta época, sino de otra más antigua. El modo de vestirse, lo que fuman, el juego (extravagante pero juego al fin) que llevan adelante. Sin embargo, una serie de términos lingüísticos denotará actualidad, así como también ciertos datos temporales bastante precisos que ellos mismos van a aportar.
Lo que sucede es sencillo y breve, pero todo constituye un perfecto sistema.
Un living de departamento antiguo será testigo de toda acción. Hay una puerta hacia el exterior y otra hacia el interior que les permite a los actores descubrir u ocultar objetos de lo más diversos y acceder a un espacio privado para la comunicación telefónica, en caso de ser necesario.
El afuera entrará a partir del teléfono o de las remisiones en las charlas para insistir en que, justamente, la propuesta, como los personajes, es endogámica. El tratamiento temporal, por otro lado, reforzará lo que se plantea, porque el tiempo representado coincide con el tiempo de la representación.
Los talentos del título, es evidente, remite a dos de los personajes, Ignacio y Lucas, dos jóvenes afectos a la literatura, a la historia, probablemente políglotas, que se entretienen y comparten con los espectadores propuestas definitivamente intelectuales.
Ahora bien: es muy interesante el modo en el que el espectáculo comienza, cómo se los presenta: conocedores de versificación, recitadores de Francisco de Quevedo, lectores del Arcipreste de Hita, para observar cómo en otra situación, tal vez más vital y menos intelectual, presentan una faceta absolutamente distinta. Y este contraste es genial. Estos jóvenes son capaces de citar indefinidamente y de opinar sobre la vida y la diversión de los otros, pero tantas otras cosas, supuestamente sencillas, son las que no pueden.
Tal vez alguno piense que son personajes inverosímiles. Confirmémosle que está absolutamente equivocado. Es cierto: son de un orden particular y se divierten con cosas que no a todos resultan divertidas. Pero su diversión llega a la platea, contagia, y la risa surge a partir de elementos inesperados.
Y aparece una serie interminable de cosas: cómo se puede tener una palabra legítima en un terreno y ser prácticamente mudo en otro, cómo existen ciertos temas que son atemporales, cómo las estrategias de seducción van y vienen y permanecen a lo largo de los siglos, cómo alguien se construye a partir de la imagen que los otros tienen de ese uno. En fin: una propuesta diferente en la cartelera porteña, que, por cierto, se merece una efusiva bienvenida.

Publicado en: Críticas

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