Jueves, 01 de Enero de 2015
Miércoles, 12 de Diciembre de 2007

Espejos en el callejón

Entrar a este callejón implica, claramente, toparse con un mundo diferente, un mundo de sueños, de recuerdos, de permisos, pero también de homenajes y parodias. El corazón de este espectáculo, Konga. Callejón de los espejos, no es otra cosa que una sucesión de números variados, la mayoría musicales, escenas que abarcan un universo que va desde Jacques Brel o Edith Piaf, hasta estrellas emblemáticas del cine como Rita Hayworth y Marilyn Monroe, incluyendo en este recorrido algunos tangos cristalizados en la memoria colectiva y más, mucho más. 

Ya desde el comienzo, y mucho aún antes de que advirtamos la columna vertebral de la obra, empieza a respirarse un ambiente de kermés, con juego de ruleta incluido y con un gorila que hace las veces de fenómeno de feria. También pueblan este lugar otros personajes, indefinibles algunos, pero asociados a este mismo universo, donde coexiste la variedad, lo artificioso y deliberadamente exagerado, así como la presencia de esa singularidad expresiva que implica la creación de personajes femeninos hechos por hombres. Algunos de estos personajes circulan por todo el espacio, que no se reduce sólo al pequeño escenario.
Para quien nunca vio un espectáculo de Jean François Casanovas y Eduardo Solá (coautores y responsables, además, del vestuario y la escenografía), cabe destacar que la creación de estos personajes, es una de las características expresivas más salientes, sino la principal del lenguaje que proponen. 

Es difícil describir qué es exactamente lo que aporta expresivamente el transformismo en general, y en particular en este espectáculo. Algo así como una exacerbación, una acentuación de las mujeres que se evoca, una expresividad más recargada, una lupa que aumenta. Es el uso del transformismo lo que más impacta de Konga. Resulta notable la versatilidad de estos actores y la expresividad que adquieren las escenas. La composición de Jean François Casanovas de Edith Piaf, por ejemplo, es intensamente emotiva, composición que, sumada al uso de las luces que se hace en ese momento, genera la sensación de estar viendo una especie de fantasma del “Gorrión de París”.
Muy lograda resulta, también, la aparición de Marilyn, a cargo de Daniel Busato. Por otra parte, el histrionismo de Eduardo Solá, su comicidad, la composición de los personajes que encarna, hablan de un actor de muchísimos recursos. En general el uso del cuerpo de los actores es de una gran precisión en los movimientos y de un manejo versátil de su instrumento expresivo.
Hay, casi siempre, cuatro personajes masculinos y cuatro femeninos, uno de los cuales está a cargo de la bailarina Sandy Brandauer, de una gran destreza con su cuerpo. Es inolvidable su interpretación de Betty Boop, en la cual humaniza con mucha gracia el personaje del dibujo animado.
Todas las escenas, salvo algunas intervenciones de Solá, aparecen cruzadas por el uso del play back, que tiene la fundamental función de crear verosimilitud. La voz original aparece en el audio y los actores construyen minuciosa y exhaustivamente el gesto, el modo de pararse, de andar, los ademanes. 

En segundo lugar, impacta del espectáculo la mirada que éste tiene sobre aquellos mundos que evoca, porque no los reproduce simplemente para mostrar que puede copiarlos, sino que dice algo sobre ellos. Por ejemplo, Konga toma en solfa ciertos tangos, al tiempo que les rinde homenaje, o bien, como se ha dicho, ríe del famoso personaje Betty Boop, junto a su perro. Es decir: Konga opina sobre aquello que trae del recuerdo, para rendirle homenaje, aunque por momentos tome un punto de vista paródico. 

En tercer lugar, atrapa el mecanismo impecable de relojería sobre el cual está construida toda la obra, mecanismo que hace que todo funcione aceitadísimamente y con un ritmo vertiginoso que no cae (si bien hay números más importantes que otros).
Por último, pero no jerárquicamente hablando sino como una mera enumeración, hay que destacar el vestuario y el maquillaje, que son muy atractivos visualmente, pero que, además, no son una demostración de producción, sino que tienen un sentido expresivo. Cada escena tiene su vestuario. Algunos atuendos son deslumbrantes, y todos constituyen un aporte al lenguaje que desarrolla la obra. Y es increíble la velocidad con la que se cambian… 

Konga. Callejón de los espejos es un espectáculo para destacar en la cartelera porteña. Por la calidad de sus actores, por el lenguaje que construye, porque tiene mirada propia.
Y si bien pide un espectador que tenga competencia de lectura, es decir, que conozca medianamente aquello que el espectáculo trae a la memoria, puede ser disfrutado por un público muy amplio.

Publicado en: Críticas

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