Ella y él llegaron justo a tiempo para ver como el último tren dispuesto para evacuar la ciudad se iba. Se quedaron parados sin advertirse uno al otro intentando pensar...
En una ciudad cualquiera, una guerra es el marco ilusoriamente pintoresco donde dos individuos se encuentran, pese a sus más simples o rebuscadas diferencias, comenzando por la de género y, ajenos a su voluntad, frente al mismo conflicto. ¿Qué hacer?
Hombre o mujer; realismo o utopía; resignación o reincidencia; risa o llanto; hacerse un ovillo en un banco de estación donde los estampidos y los temblores se hacen cada vez más cercanos y esperar la muerte con los ojos cerrados y mordiéndose los nudillos reprochando a Dios la suerte o bailar desnudos sobre el mismo banco haciendo que el frío y los zumbidos de las balas se conviertan en acordes de un piano de cola dibujado en la negrura de la noche que va cayendo...
Atemporal pero contemporánea, esta historia podría tener de protagonistas a cualquiera de nosotros; fluctuando entre los límites cada vez más efímeros entre mentira y verdad, realidad y fantasía, pensamientos patéticos y recuerdos místicos, actos enfermos y risas alborotadas... Dolor mitigado por una comicidad inherente y hasta provocativa, que permitirá confesar los más íntimos y absurdos deseos.
Cuando el instinto de supervivencia del hombre despierte enfurecido las soluciones serán muchas o ninguna...
La angustia se instalará como un personaje más y lo lúdico aparecerá como una opción. ¿Hacia donde nos llevará ese camino de incertidumbres? Nadie puede saberlo sino hasta los últimos segundos, cuando un final que quedará haciéndonos preguntas nos sorprenderá emocionados por su simpleza.